Un proceso puede entenderse como la transformación de ciertas entradas en salidas, insumos en productos o recursos en resultados. Más ampliamente, un proceso puede ser definido como un conjunto de actividades que se desarrolla con un fin determinado. Esas actividades pueden ser operaciones, trasportes, inspecciones, almacenamientos, etc.
En el contexto empresarial, el objetivo implícito de todo
proceso es agregar valor a las entradas para conseguir una utilidad
comercializable en el mercado y, con ello, generar ganancias. Cabe aclarar que,
de forma estricta, no todas las actividades que conforman un proceso agregan
valor al producto final (para profundizar en esta cuestión, referirse a las
actividades primarias y actividades de apoyo).
De manera general, los procesos que buscan obtener un bien o
entregar un servicio son diseñados de manera consiente y procuran presentar una
secuencia lógica y reproducible que posibilite la obtención del diseño y
funciones esperadas del producto. Asimismo, se consideran otros aspectos
relevantes para la productividad y rentabilidad del producto, a saber, la
tecnología disponible en la industria, la cadena de valor, la capacidad y
diseño de las instalaciones para la producción del producto, los recursos humanos
necesarios y disponibles (en especial, su nivel de capacitación específica),
recursos económicos disponibles para su producción, así como las regulaciones
locales e internacionales que puedan limitar o propiciar la producción del bien
o entrega del servicio.
Desde hace décadas, la atención sobre el diseño y evaluación
de los procesos ha aumentado debido a su vinculación con la rentabilidad de las
empresas: en la medida en que los procesos son diseñados de forma óptima, se
logra alcanzar altos niveles de productividad (baja inversión relativa) y con
ello altos niveles de rentabilidad. Nótese que la productividad de un proceso
es la relación de los productos obtenidos con los insumos empleados –mientras
mayor sea la cantidad de productos obtenidos manteniendo los niveles de insumo,
mayor será a la productividad–.
A partir de la productividad es fácil justificar el estudio
de los procesos para su mejora continua en su planeamiento, diseño y
evaluación. Con la mejora continua se espera, entre otros aspectos, reducir el
tiempo de producción del producto, prolongar su vida económica, disminuir las
pérdidas derivadas del proceso productivo y así reducir los costos de
producción, aumentar el valor del producto para lograr una ventaja competitiva
frente a los competidores, y otros beneficios derivado del estudio de los
métodos y resultados de los procesos.
Así, cuando se diseña el proceso que soportará la producción
de un producto específico se debe proyectar la demanda del mercado, contemplar
la evaluación y mejora continua del proceso diseñado, así como la actualización
de este frente a las posibles actualizaciones tecnológicas futuras.
Si bien el diseño del proceso ocurre una única vez para un
producto en particular, su evaluación y actualización deben ser constantes para
mantener la satisfacción de las necesidades cambiantes de los clientes, en
última instancia, las necesidades de las bines y servicios de las personas, así
como para mantener márgenes de rentabilidad atractivos para la empresa que
comercializa el producto.
Fuente: Litteranova
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