¿Son las ciencias ingenieriles compatibles con las Humanidades? Hacer esta pregunta en un entorno académico, a estudiantes o docentes universitarios de humanidades, resulta en respuestas como esta: “es difícil, los ingenieros son cuadrados, las ingenierías se enfocan solamente en las matemáticas”. Igualmente, al hacer la pregunta a los estudiantes de ingeniería nos encontramos con afirmaciones del tipo: “no tiene sentido, las humanidades se basan únicamente en reflexiones, no ofrecen resultados, no son productivas”. Percepciones como estas ponen de relieve el carácter antagónico con que son percibidas las dos áreas del saber en cuestión.
En las ciencias ingenieriles se puede apreciar una aplicación del enfoque por competencias, gracias al predominio de la técnica, así como de resultados tangibles en cada uno de sus temas claves. Puesto en perspectiva con las humanidades, se vislumbra una casi natural contradicción entre ambas disciplinas por el hecho de que en las últimas no se aprecian con regularidad resultados tangibles y medibles como consecuencia directa de la aplicación de sus técnicas. En este sentido, ¿se debe mantener la separación con que se han visto matizadas estas dos áreas del saber, o es preciso buscar un punto de convergencia entre ellas?
Según el sociólogo y filósofo, Dr. César Cuello, la misión social de la universidad se enmarca en una sociedad que demanda profesionales, y la necesidad de formación integral de individuos capaces de transformar la misma sociedad. De ahí que enfatice en que las universidades están llamadas a propiciar un encuentro entre las distintas ramas del saber (Cuello, 2017) .
Explico. Es preciso en cada una de las carreras profesionales que se imparten en las universidades perseguir una auténtica transversalidad de los conocimientos para que exista una coherencia entre la práctica y el objetivo que espera alcanzar el centro de estudios superiores con su producto, sus egresados. Contrario a los resultados que exhiben gran parte de las instituciones de educación en el sistema dominicano, en las que se suele formar a un individuo experto en la aplicación de la técnica, pero incapaz de contextualizar y, consecuentemente, de tomar decisiones consonantes con su contexto (Véase Santana, 2017). (Santana, 2017)
Un revisitar a lo clásico se presenta como pertinente en circunstancias como las que nos apremian; un revisitar lo clásico en tanto que retomar de manera concreta el desarrollo integral de los individuos, considerando la multidisciplinariedad en la educación superior, y manteniendo, desde la educación inicial, el desarrollo de las dimensiones sociales con orientación al desarrollo crítico, comprensión del contexto social e interrelación con los demás individuos que conforman esa sociedad. De modo que el objetivo habría de ser desarrollar un individuo con excelente dominio de la técnica y que demuestre y actúe en consonancia con su realidad social y cultural.
En ese aislamiento que, autores como Angélica del Rey y Sánchez-Parga (en su Crítica de la educación por competencias, 2011) y César Cuello en el citado trabajo, suponen en el enfoque por competencias, el ingeniero no desarrollaría en efecto las competencias sociales y humanas (por mencionar algunas) para ser una persona que aporte a los cambios sociales por aquellas limitaciones que vendría arrastrando en su desarrollo académico formal, y que se ponen en evidencia en la incapacidad de analizar y comprender el contexto social, por lo que, por vía de consecuencia, difícilmente tomará una solución acertada frente a una problemática compleja. Esta dificultad, para ser más precisos, vendría dada por las siguientes razones:
La baja capacidad para contextualizar dificulta, en primer plano, la posibilidad de identificar adecuadamente la problemática que requiere ser analizada y enfrentada.
Por otro lado, aun cuando se acierte con la problemática, las soluciones que se propongan podrían no ser adaptables al contexto social en el cual existe la necesidad identificada y, por lo tanto, no serían sostenibles en el tiempo o hasta podrían ser rechazadas por no ser consideradas las formas apropiadas de interpelación o porque contradicen el modus videndi del sector (en el caso de la industria y sus recursos humanos) o de la comunidad (cuando el problema es político) en que son aplicadas las medidas.
La buena noticia
Hemos visto hasta ahora la crítica a la separación (ideal y práctica) de las dimensiones del saber en los profesionales, tanto de humanidades como de las ciencias ingenieriles, por considerarse una separación provocada por el propio ente llamado a proporcionar una orientación integradora de ambas dimensiones en sus sujetos relacionados y muy especialmente en sus egresados. Sin embargo, no todo está perdido. Existen instituciones de educación superior que están comprometidas, no sólo en teoría, sino también en su práctica diaria, con la formación de profesionales integrales, capaces de comprender su entorno social y natural además de poder intervenirlo y manipularlo, como veremos más adelante.
En un punto de divergencia como el actual, las humanidades juegan el papel de salvadoras de la situación, ya que dotan al ingeniero de la sensibilidad necesaria para comprender su entorno, porque, con los conocimientos de historia, situación política y económica, reconocimiento de las relaciones interpersonales y reconocimiento de la conducta humana, sumado a la puesta en práctica de las competencias ingenieriles, harán del ingeniero más que un producto con características mercantiles comercializables y performante (del Rey & Sánchez-Parga, 2011) . Y estas reflexiones pueden ser extrapoladas a las demás disciplinas, parezcan estas antagónicas o no (ciencias de la naturaleza, ciencias gerenciales, etc.), pues deja claro que la transversalidad de los saberes es importante, si no indispensable, para el logro del objetivo fundamental (e ideal) de la educación: una formación integral del individuo.
Hace ya bastante tiempo (para el 1542, más o menos[1]), fue iniciado, por parte de la Compañía de Jesús[2], un proyecto que buscaba formar estudiantes de manera integral, tomando como fundamento unos principios que más tarde se convertirían en el paradigma de la Pedagogía Ignaciana, que queda muy bien definido en palabras de José Leonardo Rincón: “La formación intelectual debe ser humanística, filosófica y teológica. La formación del estudiante no debe ser meramente intelectual, sino que debe tener experiencias prácticas” (Rincón, 2003, pág. 6) .
De esta manera quedan fundamentadas las bases de la pedagogía ignaciana, que pasa a ser un modelo probado de la formación integral del sujeto, la mezcla perfecta entre el enfoque por competencias y el desarrollo ciudadano con ese enfoque humano que tanto preocupa a grandes humanistas.
Como vemos, la integración del “conocimiento útil”, como le llama la filósofa Ana Cuevas (2004) , y las dimensiones inútiles, como le llama el Dr. Cuello (2017) , no se trata de una quimera.
Existen instituciones en el que se aplican los principios del paradigma de la pedagogía ignaciana, se aprecia una ruptura con la tradición en la formación de los profesionales que egresan de universidades dominicanas. La institución de referencia4, en todos sus niveles educativos[3], se ha comprometido con la formación de personas, en tanto que sean entes conscientes de su entorno y contexto. De manera que se pone a la técnica, no como principal contribución de la formación del estudiante, sino como parte del todo, es decir, que no se forman individuos autómatas, expertos en aplicar herramientas de manera fría, sino que se forman personas en el sentido ignaciano, capaces de tener una visión de su contexto, analizar las alternativas y, a partir de esa posición de servicio, hacer propuestas valiéndose de las técnicas que han podido poner en práctica durante su formación académica y personal en su paso por la institución.
Y esa es la buena noticia, este es sólo un caso, que se pone de ejemplo porque los datos nos llegan por la vía empírica, y que, a pesar de no ocupar el primer lugar en cuanto a cantidad de egresados en el país (República Dominicana), se encuentra en los primeros lugares de la calidad personal y profesional de sus graduados, y sirve de lumbrera para otras instituciones académicas que comparten la misma visión, pero no las mismas herramientas.
Referencias
Cuello, C. (2017). Laberintus Aletheia. Recuperado el 3 de Abril de 2019, de Revisitando a Ortega y Gasset: Ciencia, Tecnología, Ser Humano y Educación Superior: https://laberintusaletheia.com/2017/02/08/revisitando-a-ortega-y-gasset-ciencia-tecnologia-ser-humano-y-educacion-superior/
Cuevas, A. (2004). La epistemología y el conocimiento útil. Ciencia y Sociedad . Ciencia y Sociedad, 329-365.
del Rey, A., & Sánchez-Parga, J. (2011). Crítica de la educación por competencias. Universitas. Revista de ciencias sociales y humanas(15), 233-246.
Rincón, J. L. (2003). El perfil del estudiante que pretendemos formar en una institución educativa ignaciana. Recuperado el 2 de Abril de 2019, de Pedagogía Ignaciana: http://pedagogiaignaciana.com/GetFile.ashx?IdDocumento=306
Santana, E. (2017). Ensayos filosóficos. Reflexiones epistemológicas, ontológicas y éticas. Santo Domingo: Lulu.
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