Cuando pensamos en los grandes sistemas éticos, probablemente nos asalten ideas derivadas de la ética aristotélica y de la ética kantiana. Éticas que pretenden ser universales, es decir, dictar lineamientos aplicables a cualquier sociedad, tiempo y circunstancia.
La ética, que como la define el Dr. Edwin Santana-Soriano, es la reflexión sobre la moral, es un intento por dilucidar el comportamiento “correcto” en la sociedad. Es decir, se trata de una crítica a las normas morales y, además, al comportamiento individual que puede tener una repercusión, así sea mínima, en el entorno social, en el otro.
El ser humano, como ha sido definido desde el principio de la filosofía occidental, es el único ser que participa del logos, dicho de otra manera, es un sujeto racional. Esto quiere decir que la razón, vista como herramienta, posibilita al ser humano de conocer la naturaleza y sus leyes, comprender al mundo como una relación causa-consecuencia, y, a partir del conocimiento que adquiere, controlar y modificar su entorno.
Desde una perspectiva antropológica, la cultura, en tanto creación humana, es lo que ha dado lugar a la sociedad. Y esa cultura es resultado, entre otros aspecto, de lo que llamamos razonamiento. En la actualidad, a este conjunto complejo de interacción de saberes y su empleo al alcance diferente fines le llamamos conocimiento y se mantiene situado como la característica distintiva de nuestra especie. Se le atribuye, además, la mayor contribución del progreso social y bienestar individual (sin importar la forma en que se le conciba a estos últimos).
Desde la epistemología clásica, se ha procurado definir el mecanismo por medio del cual los sujetos pueden alcanzar el conocimiento verdadero. Desde esta perspectiva, existe un conocimiento que puede ser alcanzado por el ser humano por medio de la razón.
Por otro lado, nos encontramos con la epistemología social que cambia la forma en que se acerca al conocimiento, pues se interesa en estudiar los mecanismo que llevan a considerar una u otra creencia como verdadera, es decir, en los mecanismos de validación epistémica.
Desde la epistemología social se han enarbolado distintas propuestas que procuran señalar los fallos en el trato hacia el otro en lo que respecta a su dimensión epistémica. Dentro de todas las propuestas, me interesa resaltar el concepto de injusticia epistémica, propuesto por Miranda Fricker en el 2007, con el que señala un comportamiento incorrecto debido a prejuicios identitarios negativos. Este concepto, que da cuenta de toda una tradición en epistemología del testimonio y epistemología del silenciamiento, se convierte en una etiqueta esclarecedora con la cual se señala un agravio que suele pasarse por alto en las interacciones sociales.
La injusticia epistémica ocurre cuando un sujeto se trata como un conocedor o informante de inferior categoría que otros únicamente basado en su identidad social –aquí la identidad social refiere a cómo identifica el oyente a aquel que emite un testimonio, es decir, la identidad social que le es atribuida debido a rasgos físicos, lengua, ademanes que emplea el hablante, etc.–. La identidad social se convierte, entonces, en un criterio de discriminación de los testimonios de los sujetos como si bastase el sexo, la clase social, el color de piel, la edad, etc., para atribuirles o no validez a sus intervenciones.
Las dos formas clásicas como ha sido trabajado este concepto son las injusticia testimonial y la injusticia hermenéutica. La primera señala la atribución injusticia de credibilidad sobre los testimonios del hablante, mientras que la segunda refiere a una participación desigual de los sujetos en la construcción de recursos epistémicos colectivos que hagan inteligible sus experiencias. Para comprender a plenitud estos conceptos, hace falta una amplia contextualización que nos llevaría a cambiar el norte de este artículo. Por que nos queda como tarea pendiente para una próxima entrega[1].
Desde otros marcos teóricos, el problema de la validación epistémica ha sido trabajada con igual interés. Tal es el caso de la Filosofía de la Liberación que, aunque emplea conceptos distintos, busca señalar la valoración desigual del conocimiento que se produce en los países que, en siglos pasados, fueron colonias de las potencias europeas –para profundizar en esta postura, conviene estudiar el concepto “eurocentrismo” propuesto por Aníbal Quijano, así como la proclamación de la 2da descolonización que se propugna desde la Filosofía de la Liberación–. También podemos señalar la injusticia cognitiva, concepto que propone Boaventura De Sousa Santos para señalar la valoración desigual del conocimiento que se produce en el Norte Global frente a la desvalorización del que se produce en el Sur Global.
Con estas ideas en mente, se puede colegir un interés claro en lo tocante a la dimensión epistémica de los sujetos, intentos que van delimitando lo que podemos nombrar ética epistémica. Una ética que como uno de sus principios transversales a las referencias teóricas que hemos señalado más arriba, la podemos enunciar como sigue: la valoración social del conocimiento debe estar despojado de prejuicios identitarios tanto positivos como negativos.
Nos corresponde a nosotros, que vivimos en la llamada época de la información y el “conocimiento”, avanzar en la delimitación de una ética epistémica que reclama nuestra atención y acción.
[1] Para profundizar en la comprensión de la injusticia testimonial y la injusticia hermenéutica, les invito revisar mi trabajo “Velos en el paisaje del conocimiento: el trato desigual en el reconocimiento, acceso y comunicación del conocimiento como manifestaciones de la injusticia epistémica”, publicado en la revista La Barca de Teseo.
Fuente: https://litteranova.com/2025/01/07/hacia-la-construccion-de-una-etica-epistemica/
Comentarios
Publicar un comentario